lunes, 8 de marzo de 2010
Repensar la Economía a la Luz del Terremoto
Gracias a Dios, sigo con vida. Puesto que sigo con vida, sigo con mi vocación. Sigo escribiendo.
Mis temas son la integración social y los subsidios. Espero mostrar que hoy mas que nunca es urgente repensar la economía. Quien piense que no hay tiempo para la teoría de las ciencias sociales porque la prioridad de hoy es reconstruir el país se equivoca.
Comenzaron los remezones a las 3:35 de la madrugada del día sábado 27 de febrero de 2010. Me encontraron solito en cama. La casa se sacudió con ruidos estrepitosos. Se me cayó encima una estantería llena de libros. Salieron los cajones de otro mueble y también se me cayeron encima, también con libros.
Duró casi once minutos. Con dificultad pude encontrar la manera de separarme de la maraña de objetos y muebles caídos sobre mi cama para poder ponerme de pie. No tuve lesiones. Ni sentí los vidrios quebrados en el piso mientras caminaba en la total oscuridad al encuentro de mis familiares y a la puerta de la casa. Nadie tuvo lesiones, solamente susto y daños materiales. Pocos minutos después a las 3:57 de la madrugada llegaron vecinos con linternas para ayudarnos.
No me atreví a regresar a la casa por temor a las replicas que siguieron a cada rato. Me quedé afuera hasta el amanecer.
Me puse a pensar. Si me quedo adentro corro más peligro por el posible derrumbe de la casa. Si me quedo afuera corro mas peligro por los ladrones que seguramente van a aprovechar ahora que no hay alumbrado, ni luz alguna, ni hay teléfonos ni fijos ni celulares ni comunicación alguna.
Me puse a pensar. ¿Cómo es posible que haya vecinos que vienen a ayudar y otros que vengan a robar? ¿Cómo es posible que después de 200 años de Republica, después de 20 años de restauración de la democracia, después de 8 años de presidentes socialistas, todavía no haya integración social? ¿Cómo es posible que todavía vivamos siempre con murallas, perros, alarmas y cada vez más vigilantes privados?
Eso pensé entre las 4 y las 4:30 de la madrugada. No sabía nada de nada. No sabía si mi casa en Limache se ubicaba en el epicentro o si el epicentro era en otro lugar. Ni me imaginaba que el día siguiente la presidente iba a llamar al ejército a imponer el orden civil en las séptima y octava regiones.
Culpé a la educación. Puesto que el cien por cien de los niños chilenos hoy en día acude a las aulas de las escuelas, se sigue que los delincuentes y desordenados de hoy han pasado por las escuelas. Pero la educación ni siquiera define la integración social como su meta. En vez de acatar el criterio de Gabriela Mistral que no hay sobre este mundo nada mas bello que la conquista de un alma; acata los criterios de los tests de respuesta múltiple como los son el SIMCE y el PSU. En vez de acatar el criterio del Padre Hurtado (Humanismo Social) que la primera meta indispensable de la educación es formar una actitud social, acata el criterio del mercado que la primera meta indispensable es formar a los seres humanos según los perfiles de los recursos humanos que requieren los negocios. En vez de recibir al alumno de los sectores “vulnerables” como un posible recluta nuevo a una cultura de la paz, un recluta posible que hay que invitar respetuosamente a participar en la paz; que hay que iniciar dulcemente en los valores típicos de otra cultura que no es la suya, sino la de la clase media: como son los valores de la auto-disciplina y el valor de aprender algo nuevo cada día de la vida; el sistema educativo en su conjunto –y no es la culpa de los profesores concientes-- lo recibe como cerebro atrasado. Hay que subir sus puntajes. En vez de seguir los consejos de Platón, de Federico Schiller, de Rudolph Steiner, de Maria Montessori y otros que hay que llenar las vidas de los jóvenes con música bella, con manualidades, con baile, con juegos, con teatro, y con arte y experiencias concretas de todo tipo; cargan sus horarios con matemáticas, castellano, y ciencias. En vez de aceptar a los alumnos como son, partiendo de sus actitudes y conocimientos reales, dándoles tiempo para subir los peldaños básicos antes de ascender a los superiores; las escuelas pasan materia y acto seguido dictan una prueba para aprobar a quienes la aprendieron en el tiempo permitido, y para reprobar a quienes no.
Con una educación semejante para el pueblo, ¿Sorprende que ante la opción de ser humillados o ser rebeldes, los jóvenes escogen la rebeldía? ¿Sorprende que a pocas horas del terremoto la ciudad de Concepción fuera sacudida por una ola de violencia? Era que no.
(Puse la palabra “vulnerable” entre comillas porque no son los más vulnerables los chicos de las poblaciones con atraso escolar, sino nosotros los amedrentados por la delincuencia. En fin la que es vulnerable es una sociedad entera a la cual le falta cohesión social.)
Mi recomendación de hablar de “integración social” no implica descartar “aprendizaje.” Implica situarlo, darlo un contexto de relaciones humanas, dar al aprendizaje sentido humano y humanizante.
La idea de “integración social” proviene de tradiciones intelectuales de la sociología cuyo gran pionero fue el francés Emile Durkheim, La recomiendo como portadora de una penumbra de significados constructivos y reconciliadores que aprovecho sin detallar. Menciono dos.
Evidentemente, “integración social” significa inclusión. Supera la exclusión.
Segundo, significa además, superar la anomia. Durkheim inventó la palabra anomie, para referirse a la vida sin normas, la vida sin deberes; en el lenguaje de la India tradicional usado por Mahatma Gandhi la anomia es la vida adharma, sin dharma, sin pautas sociales respetadas y sagradas para guiar la conducta.
Al tratar de superar la anomia, aun más que tratar de la integración social de los pobres se trata de la integración social de los ricos. Se festeja al pobre decente y aun más se festeja al rico responsable. La pobreza sin normas es peligrosa. La riqueza sin normas es más peligrosa todavía.
Somos los ricos y no los pobres quienes estamos destruyendo la tierra, con nuestros automóviles, con nuestras casas grandes, con nuestro aire acondicionado, con nuestras inversiones que dependen de la rentabilidad que a su vez depende de los valores materialistas de una sociedad de consumo. Siendo nosotros los más culpables somos los más llamados a ser responsables. Si algún día la tierra cae en silencio, sin voz humana alguna, como ya son sin voces los otros planetas del sistema solar, será por culpa de los ricos y no por culpa de los humildes y modestos.
Claro que a estas alturas la muerte eventual de la biosfera parece estar sellada por lo que pasa en China y la India y en Norteamérica. Un país chico no puede alterar mayormente el agotamiento de la tierra, del mar, y del aire. Lo que puede ser un país chico es un buen ejemplo. Si es cierto –y creo que es cierto—que la extrema desigualdad y la auto-destrucción progresiva de la especie humana se deben menos a la mala voluntad y más a la falta de ciencias sociales capaces de ofrecer soluciones factibles, entonces un pequeño país puede mostrar cómo hacer lo que la humanidad entera en el fondo quiere hacer. Por eso es fundamental identificar las ideas que permiten en principio soluciones a los problemas crónicos de la humanidad, para que los éxitos logrados, si los haya, sean comunicables y si no precisamente replicables por lo menos útiles para quienes quieran hacer algo semejante.
Las investigaciones de Durkheim muestran una correlación entre anomia y suicidio. Los de una clase media trabajosa, los católicos practicantes, y en general las personas con fe, con obstáculos a superar, y con proyecto de vida se suicidan menos. Los más pobres, los más ricos, los solitarios, y los cuyas vidas carecen de norte se suicidan más. Durkheim destacó que el suicidio es un fenómeno de la modernidad. Hasta hizo mapas de Europa mostrando que a mayor grado de modernización corresponde mayores tasas de suicidio.
Yo saco la conclusión que nos conviene tener la mente abierta para aprender de la sabiduría tradicional. Algo podemos aprender de formas de vida antiguas que tenían menos anomia y más solidaridad.
En la terminología de Durkheim, las sociedades pre-modernas eran segmentadas. Vale decir, fueron organizados según familias extendidas, por clanes, con obligaciones reciprocas de los unos con los otros, tanto a nivel de individuos al interior de un clan como entre un clan y otro. Así fue la organización social de los antiguos hebreos cuya sabiduría tradicional nos ha sido legado por nuestras sagradas escrituras.
Durkheim, Karl Polanyi, recién en Chile Eugenio Tironi (El Sueño Chileno), y muchos otros han enseñado que la sociedad mercantil típica de la modernidad cuando llega a formas extremas se auto-destruye. Los mercados requieren relaciones humanas sanas y confiables. Sin ellas no funcionan. Pero los mercados no producen los requisitos básicos de su propio funcionamiento, ni menos los de su paulatina regulación, complementación, y perfección. Para esto tienen que contar las familias, con las iglesias, con las escuelas, con la sabiduría antigua y moderna, con los distintos niveles de gobierno, con las instituciones varias de la sociedad civil.
La integración social significa, pues, no solamente la inclusión, sino también el cambio de valores en un sentido que va desde adharma a dharma, de licencia a responsabilidad. Aunque fuera mi primera reacción frente a la desintegración social manifestada a raíz del terremoto culpar a las escuelas, en fin de cuentas no se puede repensar la educación sin repensar aquella forma de vida que postula el contrato y el intercambio comercial como los vínculos fundamentales que conectan (o en su ausencia desconectan) los seres humanos los unos con los otros.
Doy un ejemplo. Lamentablemente no es un ejemplo atípico. Recién dijo un alumno a la orientadora de un liceo de alumnos “vulnerables” de Curico (ciudad ahora devastada): “Total, robando y vendiendo drogas gano más que usted.”
Medio siglo antes Alberto Hurtado había escrito a la juventud consciente chilena: “Vosotros sois los que conserváis libres el espíritu, los que deseais hacer el bien, el mayor bien posible, no importa donde, o mejor donde Dios quiera. Vosotros sois los que amáis sinceramente al prójimo y estáis decididas a sacrificaros por ellos, por hacer mas hermosa, mas útil, mas alegre su vida y la vuestra.” (La Elección de Carrera, p. 6)
A diferencia de las palabras del santo, lo que dijo el joven a la orientadora (y lo que dicen jóvenes a sus profesores todos los días) expresa una actitud típica de una sociedad entera con débil integración social. Semejante actitud se manifestó en un titular de El Mercurio del 27 de diciembre de 2009 que decia que los jóvenes con los mejores puntajes en la PSU eligieron las carreras más rentables. El joven de Curico también eligió la carrera más rentable a su alcance.
Mi recomendación de enfocar la integración social pretende ser un avance teórico que reorganiza conceptualmente la delincuencia, el desempleo, la mala calidad de la educación, y el choque fatal de los seres humanos con las leyes de la naturaleza. Aclara tanto pasos concretos inmediatos (integrar al rico que ni siquiera se incorpora a la Teletón, integrar al pobre que ni siquiera se incorpora a la Junta de Vecinos) como los ideales a largo plazo: una sociedad fraternal sin exclusión alguna ni indebidos privilegios, que sea capaz de enfrentar no solamente un terremoto sino todos sus problemas comunes en forma mancomunada.
Con el mismo espíritu constructivo hablemos de “subsidios.” Hablemos de los subsidios que seguramente se va a destinar a la construcción de viviendas y edificios para reemplazar las 500.000 (cifra estimada) deshabitadas por el terremoto.
En vez de hablar de subsidios, pudiera haber sido mejor hablar de “gratuidad,” de “dones,” de “servicio,” de “administrar los dones repartidos,” o de repartir los recursos según criterios de “eficiencia social” o “rentabilidad social.”
Sea lo que sea el vocabulario, una cuestión de fondo es la dinámica que mueve la producción y la repartición de bienes y servicios. Cuando la dinámica sea el lucro proveniente de ventas en el mercado hoy en nuestra cultura se la llama “normal.” Es normal porque nuestra cultura es comercial. Demasiado comercial. Como una primera aproximación, se puede decir que cuando no sean ventas el objetivo que motiva la movilización de recursos y esfuerzos se trata de “subsidios.”
Se puede hablar en forma muy sencilla y sin la exactitud de formulaciones mas complicadas de siete niveles y tipos de subsidios.
1. Se puede hablar de la empresa con fines de lucro “normal.” Percibe entradas de sus ventas suficientes para cubrir sus gastos y además producir un excedente. No recibe subsidios.
2. Se puede hablar de la empresa con fines de lucro subsidiado por el estado con exoneraciones de impuestos y de otras maneras, como es el caso de la industria forestal chilena. Recibe subsidios.
3. La economía popular vende pero sin fines de lucro; más bien con fines de sobrevivir. (De la Emergencia a la Estrategia de José Luís Coraggio) Se puede hablar de la economía popular sin subsidios, como es el caso del taxista dueño de su vehiculo, de la modista del barrio, de las cooperativas de trabajadores asociados (PET, Programa de Economía y Trabajo). Suele no haber excedente lucrativo, sino el equivalente en otra forma de un sueldo. No hay patrón. No hay subsidio. (Si hay subsidio pertenece a (4) o (5))
4. Se puede hablar de economía popular con subsidio, como es el caso de los programas de micro crédito y micro empresas. Típicamente, como en el caso del Fondo Esperanza, las fuentes de los subsidios son empresas privadas grandes como son la Gran Minería y los supermercados Santa Isabel (y los clientes de Santa Isabel quienes donan su cambio). Los estudios indican que los micro-empresarios puedan ganar suficiente para vivir, aunque sea apenas, y aunque sea con el respaldo de la red de protección social pública. En Chile los micro empresarios cuentan en gran medida con salud gratuita, educación gratuita, y vivienda subsidiada o gratuita. En efecto, la integración social se produce a través de un partenariado privado-publico. Los beneficiarios perciben subsidios de ambos sectores. Sin embargo gozan de la dignidad de ganarse la vida con un negocio propio.
5. Se puede generalizar el caso de los micro-empresarios por reconocer una serie de casos intermedios, en los cuales las personas logran la integración económica y por ende social en parte por vender algo. Por otra parte completan su presupuesto familiar percibiendo subsidios.
6. Se puede hablar de funcionarios públicos, incluso personal de hospitales y escuelas y de las fuerzas armadas y del orden, quienes no venden nada. Viven de subsidios públicos, en su mayor parte de fondos reunidos por cobrar impuestos. De estar disponibles más fondos para subsidiar, se podría contratar a más de ellos para hacer cualquier cantidad de tareas útiles adicionales, por ejemplo la reforestación.
7. También hay artistas, directores de museos, científicos, sirvientes, empleados de fundaciones caritativas y otros que no venden nada y que viven de subsidios privados. (Son los designados por Adam Smith como trabajadores “no-productivos” precisamente porque según Smith ser productivo por definición significa vender o producir algo vendible.)
Este esquema sencillo sugiere alternativas para la reconstrucción después del terremoto. Soy partidario de limitar los subsidios de tipo (2) y recalcar los subsidios de los tipos (5), (6) y (7). La finalidad es la integración social.
Es pertinente un giro popular de Rosario, Argentina: “Construir vivienda es un pretexto para construir comunidad.” Yo diría también, “para superar la anomia.”
Un camino principal a la integración social es lo que los socio-economistas como los del PET en Chile, José Luís Coraggio en Argentina, y Jean-Louis Laville en Francia a veces llaman “una economía plural.” La sumatoria de una serie de modalidades distintas da cabida para todos. Incluye. Integra.
Los partidarios de la economía plural pedimos a los neoliberales que sean consecuentes en el sentido siguiente: Los neoliberales dicen que los mercados se auto-regulan. Dicen que el equilibrio de los mercados es casi equivalente a un óptimo de bienestar social. En los hechos los mercados suelen llegar a lo que J.M. Keynes llama un equilibrio de bajo nivel. Efectivamente, la economía de empresas privadas con fines de lucro se auto-regula. La oferta coincide con la demanda. Pero su auto-regulación deja a muchos cesantes. Deja mucha capacidad inutilizada. Deja muchas necesidades insatisfechas. Ampliando las ciencias económicas para hacer socio-economía se puede decir que el equilibrio del sector privado con fines de lucro deja mucha desintegración social. Bueno, decimos nosotros, se encuentra a la vista el hecho que aquella parte de la economía que son las empresas con fines de lucro se auto-limita. Determina por sí solo el tamaño de su peso en la economía total. Ha llegado el momento de potenciar la economía plural. Como suele decir Coraggio, puesto que las inversiones privadas con fines de lucro no generan el empleo suficiente (ni por ende la integración social) hay que activar adicionalmente todos los sectores que o no sean privados y/o no tengan fines de lucro.
Pedimos más. Además de una economía plural pedimos empresas privadas con fines de lucro que sean de calidad. Que paguen sueldos éticos, que respeten a los sindicatos, que cumplan con sus obligaciones tributarias, que defiendan al medio ambiente; que el personal tenga vacaciones, tiempos de descanso, y permiso para pasar al baño. No solamente lo pedimos. Estamos dispuestos a aportar para que sea realidad. Apoyamos a los muchos empresarios que siempre han querido subir la calidad social de sus operaciones y que felices aprovecharían de la oportunidad. Volquemos el apoyo de los consumidores concientes, de los medios de comunicación, y de las políticas publicas a las empresas responsables.
Sin embargo, hay que ser realistas. Insistir en tener empresas de buena calidad implica tener menos empresas. Con mayor razón entonces planteamos subsidios para la economía plural. Si todos quienes tengan vocación de empresario van a tener alguna empresa para gestionar, y si todos quienes necesitan trabajar van a incorporarse a la vida productiva del país, tiene que haber empresas públicas, para-estatales, municipales, cooperativas, sociales, cooperativas; empresas sin fines de lucro, educacionales, hospitales, auto-empleo, empleo asociado sin patrones, y una serie de alternativas más que a estas alturas ni siquiera imaginemos.
Cabe preguntar de donde vienen los fondos para financiar los subsidios. La respuesta de algunos estudiosos en Brasil (país donde la economía solidaria y plural está avanzada) es que el financiamiento de las empresas de integración social es “hibrido.” Viene de muchas fuentes diversas. Menciono a continuación solamente dos fuentes: las rentas de los recursos naturales y las donaciones particulares.
La fuente clarividente en Chile es el cobre. Sospecho también que el cobre explica en parte la violencia en Concepción y los saqueos en Talca después del terremoto. Me dicen una serie de entrevistas y focus groups que he venido realizando con juventud “vulnerable” que el cobre explica en parte las actitudes que subyacen la delincuencia en general.
Los pobres chilenos saben que habitan un país rico. Saben que en su calidad de ciudadanos son los co-dueños de una riqueza natural.
A mi juicio la paradoja de pobreza con riqueza que produce resentimiento y hasta violencia no es el producto de las malas intenciones de los ricos. Los ricos no quieren reprimir a los pobres y de hecho ellos preferirian un país sin pobreza. El producto se debe en gran parte a un error teórico. La clase dirigente chilena se encuentra atrapada en el falaz disyuntivo asistencialismo/producción. Cree el cuento de enseñar a pescar para que el pescador tenga que comer toda la vida. Cree que para salir de la pobreza los pobres tienen que producir algo vendible y luego venderlo. Como la demanda en los mercados es siempre insuficiente, tratase de mercancías o tratase de mano de obra capacitada, las buenas intenciones de los programas para salir de la pobreza suelen fracasar. No se entiende lo que Coraggio y otros exponen con claridad: la necesidad de subsidios.
No solamente el cobre sino todo lo que sea recurso natural genera una renta. Genera lo que Carlos Marx llamaba un “don de la naturaleza.” El don de la naturaleza no es el producto del trabajo de nadie. Ni es el producto de los talentos para organizar de ningún empresario. (Siendo el aporte organizativo del empresario un factor de la producción no reconocido ni por Marx ni por Adam Smith, pero reconocido generalmente a partir de los aportes de Joseph Schumpeter en la primera parte del siglo veinte). Las rentas que generan la naturaleza son calculables y son una fuente lógica de subsidios para la integración social.
El segundo de los dos (entre muchos) fuentes para subsidios que menciono es la donación privada.
Comienzo con algo que solía decir el presidente Eduardo Frei Montalva: “Las revoluciones distributivas no existen.” Tenía razón o casi tenia razón Frei padre porque la redistribución de la riqueza suele chocar con la producción. La rentabilidad motiva la producción. La redistribución baja la rentabilidad. Ergo, la redistribución baja la producción. Pero esto no es siempre el caso.
Hay donaciones privadas que no chocan con los incentivos ni con las señales (de precios) que motivan y organizan la producción. Es el caso de las mías y las de mi vecino Gastón Soublette. Sin dar todos los detalles explico el principio teórico operante: Soy accionista (en muy pequeña escala por cierto) por intermedio de un fondo en varias empresas.
(Aunque no sea directamente relevante menciono que todas las empresas que me mandan sus informes cuentan con una Misión y Visión que afirman metas sociales; ninguna acepta el criterio de Milton Friedman que el único deber de una empresa es entregar el máximo de utilidades a sus accionistas.)
Hasta nuevo aviso nadie sabe gestionar una empresa, sea privada, pública, o mixta, sin contabilidad. Los criterios contables (entre los cuales la rentabilidad, aun siendo necesaria, no es siempre la única meta final) orientan la toma de decisiones por los ejecutivos y directores. Sin embargo, una vez que el cheque que representa mi pequeña porción de las utilidades llegue a mi cuenta bancaria, mis entradas de aquella fuente no figuran más en la contabilidad de la empresa. Para ella es una obligación cumplida. Lo que hago con el dinero no tiene impacto alguno sobre la producción.
Sucede que no gasto nada en viajes a Las Vegas, ni Gastón tampoco. Con la Junta de Vecinos apoyamos aportes a la integración social. De esta manera “consumimos” una parte de nuestros ingresos. Aunque muchos de los vecinos sean temporarios de verano en la agricultura, ahora no pueden pasar hambre en el invierno siempre que tengan la buena voluntad de realizar algún servicio comunitario. El servicio es determinado por la misma junta. Algunos se dedican al aseo, algunos a organizar actividades culturales para niños y grandes, entre otras una biblioteca popular. No es caro. Hasta hace tres años, la mitad de los vecinos pasaron una parte del invierno al borde del hambre; no ha sido caro lograr que se retiren de este borde y se tranquilicen con la seguridad que pase lo que pase van a comer.
El grueso del esfuerzo necesario proviene de los voluntarios del vecindario. El poco de dinero que ponemos de nuestra participación en las utilidades de empresas es lo menos, aunque sea en cierto momento indispensable. Además los vecinos juntamos fondos con rifas y cosas por el estilo.
Podría ser que la parte alimenticia de nuestras donaciones particulares no fuese necesario si fuera ampliado el sistema público de canastas familiares. No obstante, desde el punto de vista de la integración social el sistema comunitario de nuestro vecindario es superior al sistema público de canastas familiares. Es superior no solamente por ser más generoso, sino también por fomentar más solidaridad, más responsabilidad, menos anomia.
El punto teórico es que una vez generados los excedentes de las empresas y entregados a sus dueños los accionistas, el hecho que sean usados como subsidios a la integración social no perturba la producción. El punto teórico es lo mismo si en vez de considerar a Howard o a Gastón consideramos las universidades e institutos de investigación, los fondos de jubilación, las fundaciones caritativas, y las iglesias que son accionistas de empresas. El punto es semejante si consideramos los casos en los cuales entidades públicas sean accionistas de empresas.
Otro punto teórico: una pregunta fundamental es cómo evitar lo que J.M. Keynes llamaba una trampa de liquidez. En semejante trampa el dinero se para y no circula, paralizando las actividades vitales. En cuanto a esta pregunta fundamental, canalizar los excedentes hacia los subsidios para la integración social no es un problema. Es una pista de solución.
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